domingo, 27 de diciembre de 2015

Sobrepasados...

Días de consumo, de experimentar la abundancia con comidas y cenas copiosas, de compras al límite de las posibilidades, dias de colas, luces y sonidos... Días excesivos muchas veces, demasiadas. Especialmente excesivos para los pequeños de la casa. Quiero poner énfasis en ello, señalarlo y llevarlo a la reflexión desde diversos puntos de vista. Como quien saca a relucir un objeto escondido e invita a verlo desde arriba, abajo, por diferentes lados...
De exceso hablaba, en relación a cómo pueden vivir en general los pequeños de la casa los días festivos de Navidad. Y los previos también, cuando los preparativos en casa y en el colegio.
Al decir exceso, me refiero a la incapacidad para digerir adecuadamente la estimulación recibida. Cuanto más pequeños, más inmaduros y por tango más incapaces. Cuando un sistema recibe más inputs de la cuenta, se sobrecarga, digamos que no metaboliza bien, que se indigesta. Signos visibles de ello pueden ser indicadores biológicos o sociales tales como trastornos en el sueño, irritabilidad, resfriados, trastornos digestivos, malhumor... 
Eso les suele suceder a los niños en estas fiestas llamadas navideñas, que son también de fin de año y reyes. Y además, de las que se dicen que ellos son los protagonistas. Bueno, eso dicen los adultos. Pero...
Empecemos por las previas, la prenavidad. En el colegio "normalizado" de turno, se empieza a preparar la Navidad (me ha salido con mayúscula ahora, vaya...). Y es algo muy importante, les llega a los alumnos. Hay un festival de fin de trimestre en el que las diferentes clases exhibirán sus bailes y dotes artísticas. En el teatro o similar (depende de los recursos), habrá una representación del Belén, con sus pastorcillos, la virgen, San José, el niño, los angelitos, la estrella... Eso que ven los papás y mamás, y demás familiares, en un rato, pongamos una hora aproximadamente, supone más de un mes de ensayos. Entre clases, tras las clases, comiéndose al recreo...
Suele pasar, no es difícil imaginarlo, que desde dirección sienten jugarse el prestigio, y lo mismo pasa con el resto del profesorado. Así los niños reciben la presión por que salga bien algo que, si en algún momento les gustó un poco, empieza a perder toda la gracia al tercer grito nervioso de cualquier maestro que exija la perfecta puesta en escena. No se ha tenido en cuenta sus ritmos, no se ha transmitido el gozo de celebrar algo que tiene una profunda significación arraigada a la vida. A los niños pequeños les sobrepasa el festival navideño. 
Y vamos ahora con el chantaje emocional. Tanto en el colegio como en casa se empieza a hablar de la venida de unos seres mágicos, que traen regalos a los niños si se han portado bien. Que los van mirando, les dicen, que los observan (un Gran Hermano en casa y... En todos lados). Sobre los 5 años se empieza a desconfiar... Pero antes, antes hay un pensamiento "mágico fenomenista" por naturaleza, que se debería dejar fluir en un contexto respetuoso y cuidado. La presencia todopoderosa de esos seres que traen juguetes, hecha al gusto y medida de los progenitores que le toquen al niño, distorsiona, confunde y, en algunos casos, crea miedos, inseguridades y culpabilidad.
Añadimos que se lleva a grandes almacenes y centros comerciales a esos niños. Sitios de sobreestimulación lumínica, de sonidos, olores... No están los pequeños preparados para tanta información de golpe, tanto imput que pelea por ser él el que llegue a la retina, a los oídos, al deseo... No se coloca bien, no se filtra, entra de golpe, invade, desordena... A los niños les sobrepasan los centros comerciales y sus derivados.
Como les saturan las eternas reuniones familiares con gente que no conocen tanto, que no son de su entorno inmediato, que ponen nerviosos a sus papás, que les piden cosas contradictorias, como que no hablen, o que canten aquella canción tan graciosa... Gente que no los mira, que no atienden a su sueño, a su curiosidad tranquila por aquél juguete que papá corre a desempaquetar...
Suelen ser días de exceso éstos. Cierto desenfreno y reactividad, querer los adultos proyectar en los niños nuestras carencias, utilizarlos como excusa...
Pero también podemos parar, observar cómo la vida renace en cada uno de ellos, nuestros pequeños. Podemos silenciar la algarabía y dejarnos sentir. Y que los olores entren poco a poco, y las luces, y el tacto... Lentamente, suavemente... Podemos disfrutar del calorcito de un cuerpo que se acurruca a nuestro lado, de unos ojos que preguntan... Es posible...
Aunque  las luces ahí fuera son tan potentes, tan llamativas...
Días de exceso, éstos...